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Mostrando entradas de enero, 2014

Notas al desierto.

Y, tal vez, en el desierto sea, el letargo, mi camino; ese que hace tiempo olvidé. No se puede beber agua de un oasis. Cada paso iba dejando una huella de sangre en el camino de la vida, Su vida. Se sentó, tuvo tiempo de hacerlo, sabía que alguien iba a llegar, pero no quiso mencionarlo. Y fueron Sus manos las que señalaron el camino... No es Hijo, sino Dios. No es Padre, sino Uno. ¿Dónde, dónde es que me perdí? Estoy para iluminar. Estoy para guiar. Estoy para enseñar. Estoy para amar.      Soy cuenco alegre para recibir. Iba cabalgando, dejando en el viento, uno a uno, un beso... Un beso suave, fragante, dulce, amante. De fragancia:  Una flor. De sabor:  Una uva. De amor:  Una vida. No callaré a mis dedos,   no habrá costra ni herida    que me quite la dicha      de crear mundos con ellos. El alma que entiende de palabras   sabrá bien que, quien escribe,    no busca otra cosa más que        c o m p a r t i r s e. El alma que no entiende

Desierto I

Pisaba el suelo con los pies descalzos, me despertó un dolor punzante entre los dedos. Extrañado, volteé hacia el piso encontrándome con mi pie derecho mojado en sangre.  Llevé la mirada hacia mis pasos... Un largo camino carmesí me seguía. ¿Cómo es que no había sentido dolor hasta ahora?  En un arranque de lucidez, traté de recordar cuánto tiempo llevaba andando sin nada más que la desnudez de mis pies.  Recuerdo haber vestido zapatos, sin embargo, y por lo visto, hace mucho que se quedaron atrás.   Miré a mi rededor.   Vacío, gris, mudo.  El cielo, no era cielo... Parecía como si un remolino de nubes llenas de polvo cubriera el firmamento.  Por aire, ligeros soplos de un viento olor a tierra que se hacían pesados al inhalar.   Me detuve, ahí... En ese punto donde el centro del remolino dejaba pasar una luz amarillenta, casi rojiza (¿el sol, tal vez?).  Me senté en el árido y terregoso suelo, y tomé mi pie malherido.  Abrí los ojos con pasmo, al tanto que mi si