Hay una herida en tu pecho, una herida que te desangra, una que no sanas porque te gusta alimentarla. No llores por ella, tú sola la aprovechas. La tomas como bandera, como estandarte de tus penas. Es un pretexto para asirte del dolor y la pesadumbre. De esas lágrimas que te han hecho la peor de las costumbres. Ciérrala, ¿no lo ves? Te estás muriendo lentamente. Tus ojos quieren reír, pero tu masoquismo es latente. ¿Qué esperas? Ella no sanará sola. Necesita de tu ayuda. No puede curarse si tú, su dueña, no eres consciente del poder que abruma. ¡Sanate! ¡Sálvate! Antes que sea demasiado tarde.
Aquí es dónde yace el pensamiento de lo creado o, simplemente, imaginado.