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Vanidad... Lujuría.


¿Qué es una mujer sin la vanidad a cuestas?
Sin ella se desflora, se marchita, muere.

¿Qué es un hombre sin la lujuria atada al sexo?
Sin ella, pasaría de largo ante la lozana belleza de una ramera. 

Estoy aturdido, perdido, cegado.
Tu luz me enaltece, me atraviesa la mente.
Me hace querer poseerte para borrarte del rostro 
esa risa burlona que te aprisiona.

Te paseas, te regodeas, te sientes enorme.
Mas, no te das cuenta del travieso informe
que haces llegar a mi trastornada locura. 

Mis ojos te miran, te desnudan, te intuyen.
Te quiero mía, ¿me oyes?

Y con palabras necias quiero enamorarte.

Te grito, te lloro, te imploro que me ames.

Tu vanidad me exalta, me aturde, me carcome.
Me atrae tu aroma, ¿o acaso tu imagen?
Mis lascivos ojos me pierden en deseos, en quimeras rancias
que solo muestran la vacuidad de este absurdo. 

Te quiero para mí, y en mi agonía
te sueño, te palpo, te hago mía.
Sin pena ni arrepentimiento, 
solo con la lujuria que me abraza,
me come, me amansa.

Te quiero, y en mi constancia,
te hablo, te escribo, te dibujo sin gracia
pues no alcanza mi mano a plasmarte entera. 

Y el ruido me agobia, me priva de palabras,
devora mis sentidos, olvidándome en la nada.
¡Ruido loco, insano, impuro!
Me taladras, haciéndome sangrar los ojos.
¡Calla! ¡Deja de hacerlo!
Tus gritos me hieren los oídos,
castrantes, satisfacen sus anhelos,
poseyéndome en delirios.

Claudia V. Ramírez 






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