Es un lugar sombrío y frío, rodeado de maleza y humedad. Al parecer la luz no se atreve ni a mirar. Hay gente formada para entrar a través de la gruesa puerta de metal que encierra la pequeña cámara de cambio.
Están asustados, preocupados, afligidos y dolientes.
¿Qué hacemos aquí? ¿A qué hemos venido?
Se preguntan entre ellos. Han perdido la noción del tiempo y la consciencia.
¡Tontos! ¡Somos unos tontos!
Se gritan unos a otros.
Algunos quieren salir; regresar por donde entraron, pero es demasiado tarde. No hay vuelta atrás. Aquel que entra a ese lugar, no puede siquiera mirar atrás.
Es larga la fila que espera a entrar a la cámara, mientras una linea muy corta es la que sale por su costado.
Es extraño. La poca gente que sale de la cámara muestra una sonrisa en los labios, una satisfacción abrumadora. Algunos lloran de alegría, otro simplemente callan y gozan.
¿Qué pasa ahí dentro que todos salen colmados de emotividad?
Se hablan entre dientes.
Están asustados.
Se escucha un rechinido inquietante.
La puerta de metal ha comenzado a abrirse una vez más. Es hora de dejar entrar a uno más a esa cámara de muerte.
El hombre que yace a la par de la puerta se eleva en alaridos. Sus ojos se desorbitan al tanto que su cuerpo es expuesto en su cruda desnudez. Las ropas salen volando por los aires.
Gritos de pánico, llanto y zozobra es lo que abraza al ambiente.
Un golpe seco.
La puerta se ha vuelto a cerrar. El hombre ha desaparecido.
Continuará....
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