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Noche Extrañamente Eterna.


     Caminaba por la solitaria playa ese último día de verano, el sol estaba por ocultarse, no faltaba mucho para que desapareciera en el horizonte y me dejara completamente a expensas de la luna y su noche. Acrecenté el paso, siempre me pasaba lo mismo, salía a caminar a buena hora por las tardes para, al final, perderme en mis pensamientos hasta ser cubierto por la noche. Eso me molestaba pero, ¿qué podía hacer? Me gustaba disfrutar de la brisa marina, de ese aroma a sal que me emborrachaba y de ese calor que no abochornaba. Me sentía relajado, aunque un poquito molesto.


     Así regresé a casa. Me disponía a sacar las llaves del bolsillo de mi pantalón cuando escuché, en la voz de una mujer, mi nombre. Me llamaba con ligera inquietud, y un tanto de intriga. Alcé la mirada hacia ella, y no pude evitar sentirme ligeramente nervioso. Era la chica que, a diario, me la topaba en la fuente de sodas al pasar por mi bebida favorita. No hablábamos mucho, sólo nos mirábamos levemente mientras sonreíamos nerviosos. Fue eso lo que me sorprendió. ¿Qué hacia esa chica fuera de mi casa y cómo es que sabía mi nombre?

     ¿En qué puedo ayudarte? Le pregunté con gran curiosidad matizada de una profunda atención. Realmente me sentía emocionado por tenerla ahí, frente a mí. Había imaginado tantas veces no sólo cruzar miradas con ella, sino algo más; palabras, aunque fuesen pocas y absurdas.

     Ella me sonrío con alivio, tomó aire y dibujó una hermosa sonrisa en esos hermosos labios desnudos que tanto me hacían soñar.

 Que bueno que te encontré...—Estaba agitada. Desconocí si era por que había corrido hasta ahí, buscándome o porque simplemente estaba nerviosa. Disculpa que te venga a molestar, es que... ¿Recuerdas la última vez que fuiste a la fuente de sodas?

     Su pregunta me cayó de sorpresa. ¿Qué tuvo de especial ese día? En realidad es que no lo recordaba. Lo único que pasó por mi mente fueron sus bellos ojos castaños mirándome con timidez. Lo demás fue irrelevante. Fruncí el entrecejo. Encogí los hombros. No sabía a qué se refería.

 Olvidaste esto...Alcanzó su mano derecha hacía mí mostrándome una pequeña concha de mar. Abrí los ojos con sorpresa. Ahora recuerdo todo. Había salido a trotar muy temprano, el sol apenas empezaba a salir. De pronto, mis ojos se toparon con una llamativa concha de mar, me llamaron tanto la atención sus colores que me detuve para tomarla en mis manos y, así, poder observarla con gran admiración. ¿Cómo se me había olvidado?

¿Ahora recuerdas?Me preguntó con gran emoción.La dejaste en la mesa en dónde te sentaste a desayunar, ese día no sólo tomaste jugo... Es más, se me hizo raro que te quedaras, eres de los que llegan y se van. Pero, ese día te quedaste y dejaste esto.Me tomó la mano izquierda y me dejó, con gran suavidad, la concha en ella. No sentí emoción alguna con la concha, toda mi atención estaba en esa chica que, hasta el momento, no me había dicho su nombre.

Sé lo que me vas a preguntar...Sonrió bellamente, sus ojos brillaron con la noche.Que porqué hasta hoy vine a entregártela, ¿cierto?Tomó aire y presionó sus labios como pensando la mejor manera de decir lo que iba a decir. Bueno, es que... Hasta hoy descubrí tu dirección y tu nombre... Hice una labor de investigación de todo un Sherlock Holmes consagrado.Dejó salir una ligera carcajada, aún seguía nerviosa, sus labios temblaban muy ligeramente, casi imperceptiblemente. Pero, yo podía notarlos, ya que no había quitado mi mirada de ellos. Eran tan perfectamente hermosos, no llevaba maquillaje, sólo ese matiz rosado de su piel al natural. Empuñe mis manos. De pronto, un calor comenzó a recorrerme el cuerpo, de los pies a la cabeza. Sentí tanto deseo por ella que no pude evitar esconderlo. Mi cuerpo reaccionó sin pensarlo. La quería en mis manos, deseaba abalanzarme a ella, comerme su boca, apretarla a mí... Desnudarla entera.


Bien...—Estaba indecisa y, a pesar de la oscuridad que nos estaba abrazando, pude intuir que no se quería ir. En su mente buscaba un pretexto para poder quedarse y seguir conversando. Yo tampoco quería que se fuera, era una oportunidad grandiosa. Tenerla ante mí, con esa dulzura impregnada en la mirada, fue algo inquietante. Sonreí muy a pesar de las propias sensaciones por las que estaba atravesando mi cuerpo. Tome un profundo suspiro y la invité a pasar. No había necesidad de que se fuera tan pronto, podíamos pasar un buen rato, platicando, conociéndonos, ya que había hecho lo posible por entregarme el objeto que, pronto, olvidé. Ella accedió ligeramente turbada. No estaba segura, al menos eso creí. 

     Entramos a la sala principal, donde el gran ventanal nos recibía con una preciosa vista al mar... Si, no había podido elegir otro lugar para vivir, el mar siempre ha sido mi manía. Ella sonrío entusiasmada, al tanto que suspiró al pasar su mirada alrededor. La sorpresa se la veía tan bien que también suspiré. Verla contenta era mi meta esa noche. 

     Tomó asiento en el sofá sin despegar la mirada del ventanal. La ofrecí de beber un vaso con agua natural, en ese momento no se me ocurrió otra cosa. Me encontraba ansioso. No hacía calor, pero me sentía muy abochornado.

     Ella bebió del vaso con calmada lentitud. En mi mente, ese evento fue tan surrealista. Mirar abrir su boca al posar lentamente sus húmedos labios en el cristal, observar detenidamente su cuello y percibir cómo el agua hacia su descenso por su garganta. No pude evitar tener una erección. Imaginé a su boca atada a mi miembro. ¿Qué estaba pensando? 

     Tragué saliva con un poco de dificultad. La verdad es que no sabía que más decirla. El silencio nos ganó, pero no a Tierra; ella seguía rugiendo allá afuera en cada ola que alcanzaba a la playa. Después de unos minutos de total introspección, ella volteo a mirarme, sus ojos castaños estaban diferentes, seguían siendo tiernos, pero esa candidez estaba siendo matizada por una sutil lujuria. Se mojó levemente los labios, mientras me mostraba una sonrisa que invitaba a acercarse a ella. Me hizo clavar mis ojos en sus labios; eran ellos los que me mantenían preso e inquieto. No había otra cosa que sus labios en mi cabeza. La vi ponerse de pie y acercarse, muy lentamente a mí. Di un par de pasos hacía atrás hasta quedar pegado a la pared. No la estaba poniendo resistencia, sólo me estaba dejando llevar por ella. No había palabras. No había ni pensamientos. Sólo fluíamos con el tiempo que, en ese momento, parecía susurrarnos quedamente los segundos. Sentí a su tersa mano derecha tomar mi mano izquierda, entrelazó sus dedos entre los míos y sonrío al llevarse cada uno de ellos a su boca; esa divina cavidad que había soñado tanto con palpar, estaba siendo acariciada por mí a través de su andar. Ella delineaba sus labios con las yemas de mis dedos, mientras yo sentía latir todo mi ser. Mi respiración comenzó a agitarse. Quise besarla, pero no me dejo hacerlo. Comenzó a desabrocharme, botón por botón, la camisa que traía puesta sin despegarme la mirada. Fue como si me hablase con los ojos. Dejé que me despojará de lo que traía encima del torso. Sus luceros castaños se encendieron al contemplarme medianamente desnudo. No esperó más y llevó sus dulces labios a mi pecho, cada centímetro de mi piel fue olfateado, lamido, absorbido por su tibia boca. Mi mente no sabía como reaccionar a esa pasión desmedida que estaba provocando esa preciosa mujer en mí. Sentía su cabello ondulado rozarme la piel, mientras sus labios se aferraban a mi pecho, a mi vientre. Comenzó a descender lentamente por ese velludo camino que lleva a lo que me hace hombre. Aún traía el pantalón puesto, pero podía observarse claramente mi erección a través de él. Lo único que deseaba en ese momento era ser bebido por ella, tan ardiente era mi anhelo que mi corazón latía agitado y lo reflejaba en mi duro miembro. 

     Con una lentitud que me hacia hervir la sangre, desabrochaba el cinturón de mi talle. Luego, el botón del pantalón. Verla hacerlo me hizo querer despojarme de él con desesperación, pero, una vez más, ella no me dejó hacerlo. La gustaba tener el control completo sobre mí y, ¿porqué habría de negarlo? Eso me ponía extremadamente excitado. Bajó lentamente el cierre, mientras volteaba hacía mí. Vi que tragó saliva, estaba deseosa por probarme. Quise decirla que lo hiciera, pero las palabras desaparecieron de mi mente. En un abrir y cerrar de ojos, ella había liberado a mi pene de su prisión. Sentí un temblor en todo mi cuerpo. ¡Que maravillosa sensación! Su respiración vagaba por mi tronco, su aliento caliente me abrazaba, mientras con su brillante mirada me estudiaba, su mano me acariciaba. Estaba derramando mi placer en trasparentes y pequeñas gotas que ella no dudo en tomar con la punta de su lengua. La humedad de su roce fue como una descarga eléctrica para mí. Cerré los ojos, quería sentirla completamente; olvidarme de todo, hasta de mi mismo. Engulló, poco a poco, mi miembro, y en cada caricia que me propiciaba con su lengua, mi garganta se colmaba de sonidos todos para ella. Degustaba de mi glande con una suavidad que me hacía volar, al tanto que su mano subía y bajaba en compañía de mi prepucio. Estaba perdido en las sensaciones que me proveía cuando desee reconocerla en su aroma. No sólo quería que me la mamara, yo añoraba probarla también. Fue así que abrí los ojos y la tome del rostro para, suavemente, hacerla levantarse. 

     Ahora era mi turno para hacerla feliz. La miré fijamente, con un deseo que sólo pude ver reflejado en sus ojos. La atraje hacía mí, hacia mi boca y la besé como si no hubiera mañana. Me comí en un profundo ósculo la totalidad de su tibia cavidad. Con mis manos en su cuello y mis dedos en sus labios, lamí una y otra ves sus comisuras. La estaba empezando a reconocer, a hacerla mía con cada lengüetazo que la ofrecía. Poco a poco, hice descender a mis manos por sus suaves y bien proporcionados pechos que eran cubiertos, simplemente, por una blusa de tirantes. No me hizo difícil el trabajo, en unos segundos sus senos estaban siendo acariciados por mi boca. Me hice de sus pezones, me aferré a ellos con locura. En mis manos los apreté tanto que la hice gritar de dolor, pero no me impidió seguir. Sus gemidos eran la prueba perfecta de que lo estaba disfrutando. Los mordisqueé, embebí y succioné, deseando que de ellos brotara la leche más tibia que mi paladar hubiese degustado. La encamine hacia el sofá; aquél que descubría la hermosa vista del mar en esa noche de estrellas. Ahí la recosté mientras, con mis manos, la despojaba de lo último que la cubría. Ante mis ardientes ojos yacía su desnudez completa. ¿Era un sueño o realmente la tenía ahí, conmigo, dispuesta a entregarse? 

     No podía esperar más, mis ganas de conocer su sabor me dictaron la orden de abrir sus piernas de par en par. Ella fluía, me dejaba gobernar su cuerpo sin poner objeción. Me adentre en su entrepierna, con mi nariz absorbí su aroma; mi instinto no pudo más... Con mis manos abrí, ante mí, su húmeda y tibia vulva. Quería ver en su total esplendor a su clítoris; el cual estaba erecto y duro. Mi saliva no tardo en pedirme empaparlo. Fue así que pegué mis labios a los suyos, mientras con mi lengua degustaba su botón dulcemente salado. Mis oídos la escuchaban; sus gemidos me enaltecían. Una diosa estaba siendo adorada por mí. Su humedad era exagerada, la abertura de su vagina me pedía que la poseyera. Pero, yo no lo quería aún, era tan feliz bebiendo de su exquisita miel. Sentir su clítoris estremecerse con cada lengüetazo era la gloria para mí. Introduje un dedo en su vagina, luego dos, al final tres. Ella lo pedía, me lo decía con el contoneo de sus caderas. De pronto, sentí a su vagina apretarme tan fuerte... Una convulsión tras otra... Liquido... Humedad... Gemidos... ¡El paraíso! 

     Aún no era momento para decir que eso había terminado. Aproveche su excitación para penetrarla y así sentir sus ligeras contracciones. La presión que ejercía en mi pene era magnánima, así como el calor que desprendía. No podía ser más feliz, estaba poseyendo a la hermosa chica que me había encandilado con su boca... Me aferre al vaivén, primero lento para acoplarme a esa suave cavidad y medirme... Topé con su útero... Quería adentrarme más, pero me era imposible... Ella se había abierto completa para mí. Comencé con la fricción, no podía contenerme las ganas de poseerla con vehemencia. La escuché gritar, me rogaba que no parara. Yo la observaba mientras los poros de mi cuerpo comenzaron a sudar, sus lagrimales iniciaron un ligero llanto de placer. Mi corazón no podía estar más cautivado por esa bella muestra de ternura... Aun lujuriosos, había dentro nuestro una llama que ardía cándidamente, al fin de cuentas sólo eramos dos desconocidos entregándonos en cuerpo... Y, tal vez, en alma. 

     No me contuve las ganas de sonreír al contemplarla satisfecha, gozosa, feliz... Sus ojos me miraban perdidamente, mientras su boca seguía el ritmo de su placer en voz. Me acerqué a su rostro, junté mi nariz a la suya y la besé. Cerramos los ojos, nos abrazamos al tanto que ella se acomodaba encima de mí. No podía terminar esto sin que ella se sintiera mi domadora y yo su brioso corcel. La sujeté con fuerza de las caderas, mientras ella galopaba encima mío. Sentir la piel de sus senos rozarme las mejillas al tanto que la veía disfrutar de sus brincos me hizo ponerme más erecto aún. No quería estallar todavía, quería detener las ansiosas ganas que tenía mi pene de llorar. Pero, con esa damisela encima mío era casi imposible. Comenzó a acariciarse el clítoris mientras me gemía en la oreja. Yo la sostenía de las caderas, apretaba fuertemente sus nalgas y... lo sentí. El orgasmo más intenso que haya sentido jamás. Sus contracciones provocaban a su vagina apretarse tan fuerte de mi pene que quedé atrapado en ella. No pude evitarlo. Me derramé en su interior, mientras de mis labios emergían gemidos para ella. 

     Nos abrazamos fuertemente, terminamos por empaparnos completamente en nuestro sudor. La agitación y el cansancio eran suficientes para dormir... No importaba la hora... Ni el día... Sólo nosotros dos... En esa noche extrañamente eterna... 



Esu Emmanuel G.

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