I.
No, no tengo miedo a perder nada.
¿Que podría perder si no tengo nada?
Una vez creí que iba a perder y me aferré a lo que pensé era lo que tenía. Ahora que lo veo bien, eso no es algo que pueda perder; pues, lo que llevo dentro no puede perderse.
Estuve confundido. El miedo era la ilusión que me mantenía terco y vigilante. Ya no hay miedo. Por lo tanto, tampoco hay ilusión. Y, sin ambos, creo que nada hay.
II.
Esta sensación de sosiego es tan tibia que siento a mis manos limpias... Ya no hay cuerdas que aten a mis muñecas.
El titiritero murió.
III.
No sé qué tengo. No sé siquiera si soy dueño de algo. No obstante, me persiguen como si lo tuviera todo y no hubiera nadie más en el mundo que tenga lo que yo.
¿Qué tengo?
IV.
Siento que han pasado años de ese último poema de amor que escribí, ni siquiera recuerdo cuál ni para quién fue. ¿Volveré a escribir poemas de amor?, ésa es la pregunta que, de repente, me acosa.
Si, quiero volver a escribir sobre el amor. Necesito hacerlo. Es parte de mi vida, de mi ser, de mi aire. En estos casos, hasta el destinatario es importante... Es inspiración.
Comentarios
Publicar un comentario