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Sacramento.

Alarmas de autos, chirrido de frenos, risas estudiantiles y gorjeos de aves son los sonidos que enmarcan cada uno de los días de semana en esta calle donde vivo.  Tal vez vivir en un tercer piso haga que el dichoso ruido sea percibido por mis sentidos más fácilmente, sin embargo no puedo quejarme, ya que pocos tienen la ventura de aún poder escuchar el cántico de las aves por las mañanas al salir el sol.  Es así que disfruto de lo que alcanza a mis oídos, aunque hay ocasiones en las que si me gustaría ser un poco sorda, más cuando la gente en sus negocios trata de llamar la atención de peatones o conductores que transitan por el Díaz Ordaz, de una forma algo escandalosa. Así es, tengo la fortuna de poder mirar a través de las ventanas de diferentes habitaciones de mi apartamento a una de las avenidas más concurridas de la ciudad, así como a su más fiel gasolinera que, gracias a ésta, he hecho de mis noches las más iluminadas de mi vida. Ya no me es posible dormir sin la diaria luz de sus intensos faroles nocturnos; a los que he aprendido a querer.
Pero, no quiero ahondar en la complejidad del Díaz Ordaz, ya que no es la calle por sobre la que está el edificio en el cual vivo. La Sacramento es muy diferente. Aunque en su entrada y salida al bulevar haya conflictos vehiculares de forma un tanto constante, la tranquilidad y la jovialidad de los jóvenes estudiantes que asisten a las diferentes instituciones educativas que en ella se ubican, parecen gobernarla. Las risas, las voces contentas, las palabras burlonas, el infantil sonido de los niños al jugar, la presunción de la adolescencia. Todo se mezcla con la cotidianeidad de los adultos que vivimos y/o trabajamos aquí, haciendo de nuestras vidas algo más ameno. ¿Qué sería de nosotros los adultos sin la alegría sincera de todos aquellos seres que transitan nuestra vereda en cuerpos infantiles o juveniles? Es en su algarabía que veo la realidad de nuestra existencia. No hay preocupaciones serias en aquellos niños que juegan a la pelota en su receso, o en aquellos jovencitos que, con el corazón aparentemente desgarrado, buscan la mejor manera de acercarse a ese primer amor que los atormenta.
Asimismo, no se hacen esperar los contrastes. Ya que, como puedes emanar felicidad al saberte una futura madre de familia gracias a la visita que hiciste a la ‘Torre Gardenias de Especialidades médicas’, puedes sentir tal desolación en algún aspecto jurídico de tu vida que debes buscar ayuda en el ‘Tribunal de lo Contencioso de Baja California’, o tienes el anhelo de conocerte más a fondo que no dudas en hacer una cita en ese lugar de color naranja, donde dan consultas espirituales o psicológicas de la nueva era.
Sin duda, la Sacramento es enigmática. Mas el misterio de su calma en esta ciudad de caos, es algo difícil de comprender. Tal vez los constantes rondines de la policía municipal o la permanente presencia de los militares sea uno de los principales motivos de su paz. No lo sé, pero me agrada. Disfruto salir a caminar por las mañanas, mientras escucho música en mi iPod nano y miro a mi rededor. La belleza de las casas y la concordia que irradian, contrarrestan con la intranquilidad de algunas personas que transitan por aquí, ya sea en su automóvil o a pie. Aunque en su mayoría me ha tocado toparme con gente muy amable, que sonríe al encontrarse con mi mirada, no hago de lado a esa gente que parece vivir en un mundo de ira contenida que, al más mínimo pretexto, eyectara sobre aquel pobre diablo que se cruce por su camino. Sin embargo, continúo con mi andar en compañía del fresco viento, de la luz del sol, del ladrido de uno que otro perro y del azul cielo, entretanto defino a través de mis ojos los grises, rosados, verdes o morados que pintan a cada una de las casas y las vestimentas de mis pocos amigos caminantes. En su mayoría, son automovilistas los que pasan por mi costado, tal parece que a muy poca gente nos gusta encontrarnos con nuestras plantas sobre las aceras y nuestras cabezas bajo el cálido sol. Es de este tipo de persona que, diariamente, me encuentro en el verde parque en donde me dispongo a trotar. Y es que, todo en esta calle es inspirador, tanto que no podría dejarla.
En fin, podría pasarme muchas hojas tratando de describir lo que mis sentidos perciben, mas jamás alcanzaría la agraciada realidad de las formas ni de los actos. La Sacramento es merecedora de vivirla, así como de contemplarla al transitarla. Su silencio al caminar se torna en ruido al descubrir que has terminado de trazarla a la orilla del Díaz Ordaz.

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