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Sombras de luz.


 
He caminado largas leguas, en cada cuadra me he detenido solo un poco. He observado el paisaje, lo he disfrutado. Toda esa luz, ese aroma. No hay belleza más grande que ésta.

Pero, de pronto, entre ese caminar me he topado con sombras obtusas, tercas, sedientas de energía.

Han tratado de atraparme para devorarme la hiel. No buscan amor. No buscan bondad. Su único objetivo es matar.

Por un momento, creí que eran conscientes de sus deseos, pero no era así. Esas sombras no sabían porque hacían lo que hacían; porque buscaban devorar de las almas, la luz que las hacía vivir. Tragaban luz solo para soportar el hambre de morir.

Aceleré el paso, no por miedo sino por precaución, sin embargo, algo dentro de mí falló. Mis ojos se cegaron ante la bella luz de un ser. Me sentí pleno, fuerte y enamorado. No pude evitar mirarle, saludarle. Me le acerqué sin miedo, sin pena. Hable de esa luz que llevamos todos dentro, y que pocos logran conocer, y que otros muchos buscan devorar; como las sombras a las que acababa de perder.

Escuchó mis palabras, y yo sonreía al deleitarle con mi voz.

Pasamos vario tiempo juntos, lo disfrutábamos, lo degustábamos.

El cielo se torno, por muchos días, en amarillo y azul turquí. Noche y día. Frío y calor. Eramos felices. Eso creía yo.
 
Y es que la felicidad no es un ente en el cual se deba creer para poder verlo; no, ella, la obtusa felicidad es una ilusión muy escurridiza, ya de por sí quimera, ¿atraparla? ¡Imposible!
Podemos imaginar que la apresamos, que la sujetamos con fuerza a nuestro pecho, pero... Solo eso. De una inocente ilusión no pueden creer frutos, para ello debemos sembrar la felicidad en nuestros pensamientos, ya no en el corazón, pues éste solo es un organo con funciones que se basan en bombear aire y oxigeno. Es en nuestra mente que Todo lo habitable e inhabitable, habita. Es en el centro de nuestro cortex que la felicidad debe ser sembrada y cultivada.
¿Afuera? ¿Buscarla afuera? ¡Pierden su tiempo! ¡Ella es esquiva y ajena! Pues solo en aquellos que han sabido cultivarla con honestidad y disciplina son los que la poseen.
Si, vagué por un tiempo creyéndome feliz, sonriendo falsamente, gritando ser el ser humano más tranquilo y satisfecho, pero he aquí el error. La felicidad no se grita, se vive, se siente, se practica.
 
Y llego el momento al que nadie quiere llegar; las despedidas que se dan porque han de darse para seguir adelante. Esa impermanencia castrante que degolla al alma con cada punzada lastimera.
 
¿Y dónde estaba la alegría que nos embargaba? ¿Aquella lozana caricia que nos perfumaba el alma?
 
Había desaparecido, ya no quedaba nada. 
 
El ser fue difuminándose ante mí, ante mi mirada gris...  Sus ojos reflejaban mi llanto; ese grito callado que me guardé al verle desaparecer.
 
Todo tiene un fin, un momento para cambiar, para seguir. Pero, nada termina porque sí. En el final está esa luz; ese radiante lucero que cala en los ojos y provoca llorar.  Sin embargo, cuando nuestros ojos se acostumbran a su fulgor, las lágrimas que ahora brotan son de gratitud.
 
Su pensamiento viajó hacia mi mente que en áquel momento yacía turbado. No obstante, entendí.

 
 
 
 
Esu Emmanuel Gastellum.


 
 




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