Su alma es tan pura,
que las nubes se hacen hojas,
el cielo azul, tinta,
y el sol, la dorada pluma.
Cada que observa hacia el firmamento,
las mismas estrellas van escribiendo lo que miran en sus ojos; el reflejo.
Y cuando sonríe...
Oh, tú no quieres ver cuando sonríe.
Sus blancos
dientes brillan como si fuesen luceros ardientes.
Puede cegarte.
El mismo cielo se le ha entregado a sus manos,
como lienzo eterno a sus profundos pensamientos.
No hay nada que a Ella se le pueda negar,
tiene en sus dedos la pureza de la abnegada creatividad.
La misma naturaleza se sabe a su merced,
pues si hay belleza en el mundo es por Ella,
la niña que vibra como un ángel de piel.
Cierto día, Ella perdió la fe. Se creyó vacía, se sintió ajena a lo que fue.
Sus ojitos ya no brillaban, mas sus lagrimas ardían en su piel. Su llanto llenaba a las hierbas de pena, a los arboles de tristeza, a las aves de dolor... Ella desconocía que la naturaleza y todos los seres que la rodeaban, vivían sólo por que ella los hacía vivir.
Como si estuviese envuelta en un aura de muerte, comenzó a enfermar a todo ser viviente con sólo ponerse a mirar. Los animales huían de ella, después de haberla amado tanto. Le tenían
miedo. Los arboles, las plantas, las flores igual. Todo moría. Pero, Ella no lo entendía... Ella sólo pedía que le devolvieran la fe.
¿Cómo iban a devolverle la fe a quien era la fe misma? ¿Cómo iban a dibujar una sonrisa a la que era la alegría?
Esos seres lo único que hacían era Ser con Ella, y si Ella enfermaba, ellos lo harían con Ella.
¿De dónde iba a tomar Ella lo que creía haber perdido, si todo lo que la rodeaba ahora sólo era un lugar podrido?
Y caminó, caminó mucho, caminó bastante, caminó tanto, que la tierra que
pisaba comenzaba a resquebrajarse en grandes bloques secos. El verdor de los campos se vistió de luto, las flores se marchitaron, las aves callaron. Y el cielo... Tú no querrás saber qué pasó con el cielo.
Mis manos tiemblan al recordar ese momento... Podía ver la tempestad
hacerse una con el sol y la luna... Y, de pronto, una gélida oscuridad. Jamás había escuchado la voz del silencio tan cruda y real como el día en el que Ella toco fondo. Nadie de nosotros puede conocer el verdadero silencio, siempre hay ruido
a nuestro rededor, y cuando no, está el latido de nuestro corazón. Ese día conocí la muerte de su mano... Yo era el único que faltaba por
morir, mi corazón era el penúltimo latido y Ella lo tenía en su mano.
El silencio...
Un latido...
El silencio...
Dos latidos...
El silencio...
Ella frente a mí.
Desconozco si Ella podía verme postrado a su merced, pues yo no la podía
ver. Mi único sentido vivo eran mis oídos, ardían con el silencio. Tenía miedo, no podía negarlo... Mis extremidades temblaban, mis labios,
mis dientes tiritaban... Y Ella sólo me miraba, así la sentía.
Hundidos en ese silencio sepulcral, en mi miedo apabullante y en su
profunda tristeza... Acercó su mano a mi pecho y esperó por su respuesta. No era una mano tibia la que me tocó el corazón... Su gélido toque me provocó un gemido de terror. Estaba petrificado.
Y, de pronto, algo más que el latido de mi corazón alcanzó a mis oídos...
Su voz.
Dulzura
Ternura
Suavidad
Candor
¿Cómo podía cargar la muerte con esa divina voz?
En mi temor, no entendí sus palabras... Volvió a hablarme, y mi nariz fue alcanzada por su aliento...
Gardenia.
Con los labios trémulos, traté de articular palabra, pero no pude. Aún
tenía su mano en mi pecho, aún pendía mi vida de su voluntad.
"¡Devuélveme la fe!"
La escuché gritar en un gemido que me desgarró las fibras más sensibles del alma.
¿Cómo me pedía eso?
¿Cómo iba a pensar siquiera en crear tan intangible sentimiento
si mi
propia fe estaba pendiendo de su mano?
¿Acaso Ella no lo veía?
Agaché el rostro, me colmé de congoja... No sabía qué responder. Mis ojos cerré con fuerza, tratando de pensar en qué decir. Ella lloraba, se aferraba a mi pecho... Encajaba sus uñas en mi piel...
Estaba desgarrándome el músculo, pronto iba a sacarme el corazón. El dolor hizo presa a mi garganta, comencé a gemir. En mis labios se
dibujaron palabras que no pensé, que ni siquiera imaginé... Sólo sentí.
"L o s i e n t o. . . P e r d ó n a m e."
En un llanto que yo mismo desconocí, dije esas dos palabras.
Y toqué su mano.
Envuelto en lágrimas, aferré mis manos a su mano que seguía apretando a
mi pecho. Repetí, una y otra vez, esas palabras... Y, de pronto, su gélida mano comenzó, muy lentamente, a llenarse de una tibieza que me hizo tomarla aún con más clemencia. Le estaba suplicando por mi vida,
por ese último aliento de mi corazón... Esas palabras eran lo más
sincero que mis labios pronunciarían. Acaricié su mano con una agitación que me carcomía por dentro, aún
sintiéndola ceder, sabía que si dejaba de hacerlo iba a volver a
tomarme. Su piel se lleno de suavidad, mientras sus dedos se destensaban muy
lentamente. Yo seguía llorando, pero ella... comenzó a suspirar.
"He vagado por muchos días, desde el momento que me olvidé de mí. El
sol dejó de tener sentido, las nubes, el cielo, la luna... Todo... El canto de las aves dejó de darme un motivo, la frescura del viento
pasó a ser sólo una gélida caricia... El agua ya no me bañaba. De pronto, dejé de sentirme el corazón... Algo en mí se había perdido, algo en mí faltaba... Perdí la ilusión. Sabía que Yo misma era la fe que tanto pedía, pero no quería reconocerlo... ¡No podía! ¡Necesitaba que alguien me lo recordara! Pero nadie se atrevió a acercarse a mí... Las flores perdieron su aroma,
los arboles su majestuosidad... Y mis hermanos, los animales, enfermaban con sólo verme, me rehuían, me temían, me odiaban... Y yo, tontamente, lo creí."
Ella lloraba. Y yo sólo atinaba a callar.
"Después de tanto vagar, de ver a la Tierra destrozarse a mi paso, te vi... ¡No podía creerlo! ¡Aún había alguien vivo! Sin embargo, sabía que al acercarme estaba dándome la última
oportunidad... Una decisión iba a ser tomada, y todo dependía de Ti."
¿Cómo podía depender de mí, si yo dependía de ella?
¡Ella era la máxima creación, la esperanza viva!
Yo era su súbdito...
El único que quedaba en la Tierra: su hogar.
"Necesitaba sentir el calor de un Ser Humano sincero."
Elevó los ojos al cielo, y la pude ver. El sol se había encendido una vez más.
"No importa lo vasta que sea la naturaleza,si no hay un Ser Humano vivo que la venere y la ayude a crecer."
Me acarició el rostro, y sonrío. Y con estás palabras, Ella se despidió...
"La Creación depende de Ti y de Mí, no la dejemos morir."
Esu Emmanuel G.
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