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Desierto I

Pisaba el suelo con los pies descalzos, me despertó un dolor punzante entre los dedos. Extrañado, volteé hacia el piso encontrándome con mi pie derecho mojado en sangre.  Llevé la mirada hacia mis pasos... Un largo camino carmesí me seguía.

¿Cómo es que no había sentido dolor hasta ahora? 

En un arranque de lucidez, traté de recordar cuánto tiempo llevaba andando sin nada más que la desnudez de mis pies.  Recuerdo haber vestido zapatos, sin embargo, y por lo visto, hace mucho que se quedaron atrás.  

Miré a mi rededor.  

Vacío, gris, mudo. 

El cielo, no era cielo... Parecía como si un remolino de nubes llenas de polvo cubriera el firmamento.  Por aire, ligeros soplos de un viento olor a tierra que se hacían pesados al inhalar.  

Me detuve, ahí... En ese punto donde el centro del remolino dejaba pasar una luz amarillenta, casi rojiza (¿el sol, tal vez?).  Me senté en el árido y terregoso suelo, y tomé mi pie malherido.  Abrí los ojos con pasmo, al tanto que mi sistema nervioso enviaba señales de dolor que no tardaron en verterse en lágrimas a través de mis ojos. 

¿Hasta ahora me duele, después de tanto caminar? 

Me molesté; un sentimiento de frustración me abrazó. ¿Cómo había sido tan torpe para no sentir dolor? Ahora yacía herido, adolorido y perdido en un lugar que, más que el bosque en el que paseaba, parecía la duna de un desierto. 

Me mordí los labios, mientras las lagrimas limpiaban mi sucio rostro y con mis manos buscaba la manera de limpiarme la herida, pero era en vano... La sangre fluía, no paraba; parecía un riachuelo vivo.  De pronto, la cabeza comenzó a darme vueltas, y es que traté de recordar qué estaba haciendo en ese lugar, cómo es que había parado ahí, por qué no había sentido a mis zapatos desaparecer y el dolor de la herida que no dejaba de emanar sangre. 

No recordaba nada.

Dejé mi pie y di un golpe en el suelo, provocando una pequeña polvadera. Me hundí en un lloriqueo casi infantil, estaba asustado.  Me vi solo en un paraje desconocido para mí, no recordaba ni mi nombre...

"Immanuel" 

Una ráfaga de viento golpeaba mis oídos... Susurraba...

"Immanuel"

Cerré los ojos con fuerza, ¿a quién llamaba?

"Immanuel"

Mis ojos comenzaron a derramar, no ríos, mares de sal... Las gotas descendían con brioso paso por entre mi barba, no sentía las gotas en la piel; el exceso de vello facial lo impedía. 

Dios, ¿cuánto había durado vagando en ese desierto? ¿Por qué, de pronto, una profunda aflicción me estaba arañando el alma? 

Abrí los ojos, tratando de ver a través del profuso llanto lo que me rodeaba. De pronto, alcé mis manos, pues comencé a sentir dolor en las palmas.  Me mordí aún más fuerte los labios al percatarme de lo que se me mostraba.

Una profunda herida, en cada una de las palmas, por la que podía entrever el otro lado.  Dolían, sangraban... Y yo, yo lloraba en una agonía que no podía controlar.  Elevé la nublada vista al cielo, mientras mis labios trémulos gritaban buscando una respuesta a lo qué me estaba pasando.  Pero, no había respuesta, no la había.  Sólo estaba yo, ahí, sentado en la tierra, llorando y sangrando, mientras el viento seguía soplando un nombre que ni recordaba... Un nombre que hacía eco en el centro de mi Corazón, que me provocaba espasmos en el alma...

"Immanuel"

Pronuncié en mis labios y...


Esu Emmanuel G. 




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