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Encuentro.

     
     Abrí la puerta, y aspiré el aroma del viento al rozarme las mejillas.  Cerré los ojos sutilmente y callé la voz que me taladra la mente.  En ese momento de perfecta introspección, no pedí otra cosa más que perdón... No pude dar gracias por nada; a pesar de ser consciente de lo mucho que Él me ha dado.  Mordí mis labios y suavice el nudo que me aprisionó la garganta.  Había lagrimas en mí; dulces gotas de llanto que imploraban nacer a la luz.  No pude contenerlas, aunque intente hacerlo al apretar los puños.  

— Dime, ¿qué te pasa? —escuche su suave voz detrás de mí y me estremecí.  No pude responder a su pregunta.  Simplemente, negué un par de veces con la cabeza y volví a apretar los puños.  ¿Qué podía decirle?  No había respuesta en mí, solo un tímido dolor que me hacía arder todo el ser.  

— No has querido hablar desde ayer, ¿he hecho algo malo? —volvió a preguntar, mas su voz se había llenado de ligera zozobra.  Me dolía escucharlo así, ya que sabía que él no tiene nada que ver con lo que me ha carcomido siempre.

— No estoy aquí para echarte la culpa de lo que siento, de lo que no he hecho y de lo que no he sido. —fue lo que brotó dolorosamente de mis labios.  "No hay nada más que discutir"—;pensé y salí de esa casa. 


     Mis pasos me llevaron a un pequeño y solitario parque, en donde encontré sosiego en sus grandes y verdes árboles, en el frescor de sus bien cuidados arbustos y en la serenidad de sus danzantes flores.  Caminé y caminé. No había un motivo en mí para hacerlo, nunca lo ha habido, sólo he sido cómplice del viento o, tal vez, el viento mismo.  He caminado sin rumbo fijo desde que vine a este mundo, no he sentido la más mínima intención de arar mi propio camino.  ¿Está mal, acaso, lo que he hecho hasta ahora? ¿Es que todos los seres humanos hemos venido a arar, sembrar y cosechar? ¿Tendrá algún fin hacerlo, si al llegar a la muerte no nos llevamos ni el cuerpo? 

— Al menos recordarán lo que dejaste. —escuché una voz frente a mí, era femenina y dulce.  Eleve la mirada y la posé en lo que creí era una mujer, mas, no de este planeta.  Sus facciones eran muy similares a las humanas, sin embargo sus ojos eran de una profundidad celestial; azul índigo.  Su nariz era diminuta y sus labios eran solo una ligera abertura.  No había ni un vello en todo su cuerpo, y su piel era muy parecida a la plata.  Era sumamente hermosa. 

— ¿No es así? —volví a escucharla, pero a mis ojos no llego la imagen de sus labios al hablar.  No necesitaba hacerlo.  Pareciese que era mi mente la que estuviese dibujando su voz, ya que ella en ningún momento movió su boca; sólo me miraba con profunda ternura y perfecta comprensión.  A sus bellos ojos, llegaron un par de gotitas parecidas a las lágrimas humanas.  Lloraba.  Pero, ¿porqué sentía que no era su dolor? ¿Porqué parecía que lloraba por mí? ¿Acaso solo reflejaba mi dolor en su azul mirar? 

     Sentí un escalofrío y vi a su plateada lozanía brillar.  Enmudecí.  No se dibujaron más preguntas en mí, ni siquiera hacia ella.  No sabía quién era, ni siquiera me importaba si era o no de este mundo.  Lo único que pudo vibrar en mí fue la calidez de su presencia que, a pesar de irradiar frialdad en apariencia, me cautivo al grado de provocarme sonreír. 



Claudia V. Ramírez.







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