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Insatisfecha.


Era de mañana. El sol ya tenía tiempo de estar afuera. Parecían las diez de la mañana, tal vez más tarde. Estaba vestida para salir con la familia. Mi hermana, sus dos niños y mi madre. Teníamos hambre, mucha. Los niños estaban inquietos por eso, fue así que decidimos visitar un restaurante que tiene fama de ofrecer un buen buffet. 
Al llegar al lugar, nos encontramos con que estaba lleno, parecía haber fiesta. Había ruido y mucha gente, pero si había mesas disponibles; redondas, con manteles blancos, con los cubiertos y platos puestos. Se veía limpio y acogedor. Nos emocionamos. 
Esperamos a que nos atendiera el mesero, pero no llegaba. En ese lapso de tiempo, me dispuse a observar lo que me rodeaba; con los ojos merodeaba los alrededores, observaba a la gente.
En un espacio donde se encontraba el bar había una banda de payasos tocando jazz. Se les veía alegres, joviales y dispuestos a divertir; la gente que estaba dentro de ese lugar si se divertía, pero quienes estábamos fuera de ahí no lo hacíamos. Nos sentíamos molestos y hambrientos. 
Volví la mirada hacia mi izquierda y escuché la voz de un señor que se quejaba porque no lo atendían. Lo miré y hablé con él. También me hallaba muy molesta, pues sólo nos habían servido unos vasos con jugo. 

"Vamos a otro lugar, ¡que servicio tan malo!"

Ofuscada, me levanté de mi asiento y tomé a mi sobrino más pequeño en los brazos. Mi madre y mi hermana dudaron por un momento seguirme; se miraron y, titubeantes, accedieron. Me siguieron a la salida. Dimos un par de pasos y entramos al centro comercial para encontrarnos, de nueva cuenta, con el mismo restaurante, mas era una zona completamente diferente y tranquila. Eran las mismas mesas con los manteles blancos pero, en ellas, había muchos pasteles de todos los tamaños, sabores y colores. Ver todo eso me revolvía el estomago. No tenía hambre de dulce, quería algo salado, algo me que satisficiera ese hambre que me estaba volviendo loca. 
Volví a ponerme mal y, molesta, salí del lugar sin despegar los ojos de mis sobrinos; ellos se veían felices, y comían de los pasteles con suma alegría. El hecho de que ellos estuvieran satisfechos me hacía sentirme más molesta. En mi cabeza me decía que eso no era alimento ni para ellos ni para mí. 

Busqué entre los pasillos de ese gran centro comercial algún otro lugar donde pudiese saciar mi insatisfacción, pero, después de todo, no encontré un lugar para hacerlo. Me sentía inconforme y muy triste; no podía creer que, en todo ese lugar, con tantos espacios, no hubiese uno solo que satisficiera lo que me carcomía por dentro. Mi insatisfacción termino por rendirse. 

Así terminó el sueño...  Y sigo queriéndolo entender.

La insatisfacción me sigue, con nada me lleno, a todo le pongo peros.

¿Hay vacío en mí?

Si hay un vacío, no sé cómo llenarlo ni con qué. He cargado con ese vacío desde que nací. A lo mejor, hasta que deje este mundo, ese vacío tonto desaparecerá. Si, sería tonto pensar que se quedará aquí.  Hay algo que me aterra; pensar que ese vacío me siga después de que me vaya de aquí. ¿Cómo saber si la insatisfacción es una negativa actitud humana y no un vacío espiritual? 

Me faltó respirar un poco más profundo al salir del vientre de mamá...

Claudia V. Ramírez.

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