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Mientras el amor sea eterno III...

     Los copos de nieve no dejan de caer sobre las solitarias calles de la callada ciudad, mientras en el interior de una pequeña iglesia yacen los feligreses adheridos a su fe, rezando apasionadamente el Rosario. En una de las bancas de madera, muy cercana al altar, yacen Chanel, Janeth y Vianney, ésta se encuentra dólida; piensa tristemente en lo que sólo una hora atrás paso al salir de su casa. Una tibia lágrima le resbala por la mejilla, haciéndola sentir sumamente avergonzada, es asi que no levanta la cara, evitando ser vista. 
     Al termino del rezo, la gente comienza a salir lentamente del lugar, dejando atrás a Janeth y a sus dos hijas. 
—Hijas...—les dice con gran ilusión en la faz.—Lo que más deseo en este mundo es hacer de ustedes unas excelentes mujeres, quiero que sepan llevar un hogar, que sean buenas madres de familia, que sean complacientes con sus maridos... Eso es mi más grande deseo.
—Mamá...—Vianney interrumpe a su madre con temor.—Yo quería decirte algo, mejor dicho quiero pedirte algo.
—¿Qué cosa?—la cuestiona con gran intriga.
—Bueno, yo quiero seguir estudiando... Me gustaría ser bióloga marina, mamá.—sonríe ligeramente ilusionada.
—Pues yo estoy bien con mi vocación...—interviene Chanel con gran seguridad.—Los niños son muy lindos, me llevo muy bien con ellos.—sonríe.
—Eso me alegra mucho hija, pero tú...—Janeth mira a Vianney con desconfianza.—¿No te gustaría estudiar lo mismo que tu hermana?
—No mamá... Ser educadora no me llena, eso es para las mujeres que piensan como madres de familia...—titubeante.—Y yo, la verdad, no pienso casarme ni tener hijos.
—¡¿Qué has dicho?!—sumamente exaltada.—¡Una hija mía soltera! ¡Nunca, eso lo no permitiré!
—Pero...
—¡Nada de "peros"!—la toma del brazo con fuerza.—Tú vas a ser lo que yo te diga... ¡Entendido!
—Mamá... Tú no puedes obligarme a hacer algo que yo no quiero.—se queja con gran pesar.
     Janeth termina por sentirse ofendida, es así que se colma de gran molestía, mas para no hacer una escena dentro de la iglesía, jalonea a su hija hacia la salida de ese recinto ante la mirada de Chanel, para así poder comunicar su enojo con libertad. Al salir es inevitable no ser humedecidas por los copitos de nieve que bajan del cielo. Janeth no suelta a Vianney; la mira con gran ira, mientras le dice: "¡No me contestes de esa manera, jovencita!". Vianney trata de zafarse del brazo de su madre, pero le es imposible hacerlo.
—¡Tú, sube al auto!—ordena a Chanel, entretanto sostiene a Vianney.—Yo tengo que arreglar este asunto con tu hermana testaruda.
—Si, mamá.—Chanel sube al automóvil, dejando a su hermana en las manos de su madre.
—Mamá...¡Ya sueltame!—Vianney se queja, sin embargo no hace doblegar a su madre.
—No... Mientras sigas con esos pensamientos absurdos no lo voy a hacer.
—Pero, no son pensamientos absurdos...—la faz se le colma de humedad.—Son cosas que realmente quiero hacer... ¡Déjame ser, mamá!—le grita con sentimiento, provocando en Janeth una furia inmensurable que lo único que le dicta es lanzar un par de bofetadas al suave rostro de su hija, quien al ser agredida no puede más que callar y agachar el rostro con dolor.
—¡Nunca más me vuelvas a hablar de esa manera! ¡¿Acaso es la educación que te he dado?!
—No, mamá...—trémula y lloriqueante, Vianney habla a su madre sin mirarla a la cara. Esas bofetadas le han quedado marcadas en la faz en un matiz rojizo y lacerante. 
     Janeth asiente complacida, entretanto suspira hondamente. Se vuelve hacia el automóvil que las espera, y camina.—Vamos a casa, ya es tarde para estar en la calle.—sube al automóvil ante la mirada llorona de Chanel, quien no puede más que callar ante lo que acaba de presenciar.

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