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Mientras el amor sea eterno...

     El día es gélido. La ciudad yace con un cielo gris que deja caer pequeños copos de nieve sobre las calles, colmandolas así de una brillante blancura. Sobre una de las principales avenidas se encuentra el Colegio del Sagrado Corazón, lugar donde se estudia el nivel preparatoria, y del cual se pueden escuchar  salir murmullos juveniles y femeninos desde las afueras de sus altos muros. Ahí, yacen dos jovenes varones,  Octavio Miranda  es de estatura media, atlético, tez blanca, pelo rubio y ojos profundamente azules, de personalidad alegre, romántica, tímida y sincera, mientras que Pablo Mireles es un chico alto, demasiado delgado, pelo castaño claro y ojos de un azul turquesa que no se puede ignorar. Ambos son jovenes de posición económica baja, estudian por las mañanas y trabajan por las tardes, sin embargo, y a pesar de su singular estilo de vida, no hay mota de tristeza en su faz ni en sus corazones. 
—Oye, creo que esto no está bien... ¿Cómo piensas subir tan alto muro?—dice Octavio, entretanto se da calor en las manos con el vapor de su boca.
—Octavio, tengo que entrar... Tengo que verla... Ya no puedo estar sin ella—contesta Pablo con gran seguridad, mientras mira con ilusión el gran muro que le acosa el pensamiento.
—Sé que necesitas verla, pero es imposible entrar... Que la ames no significa que vueles.
—¡Mira!—dice Pablo con gran entusiasmo, entretanto señala con la trémula mano hacia una gran y frondosa rama de un árbol amigo.—Ese árbol me va a ayudar a alcanzar mi destino.
—¡Pablo, ¿qué piensas hacer?!—preocupado sigue a su amigo hacia el árbol que parece esperarlos.
     Ambos han detenido su andar frente al bellisimo árbol cubierto de blancos copos de nieve. Pablo no piensa más, se ha decidido a trepar ante la sorpredida mirada de su gran amigo Octavio, quien no tarda en gritarle lo loco que le parece lo que está haciendo.
—¡Me valen un soberano cacahuate las monjas!—dice Pablo con gran alegría, mientras trepa sigilosamente.
—¡¿Qué hago yo?!
—Si quieres ya vete... Estaré bien.—Pablo desaparece, diciendo estás palabras.
—Sólo espero que vayas a estarlo... Te veré luego.—Octavio habla quedamente, entretanto observa hacia el muro, el cual ha escondido trás de sí la jovial y brava presencia de su gran amigo. Así, se cubre las manos con las mangas de su desaliñado sueter y se aleja del lugar.  A su mente trata de traer agradables recuerdos para no sentir tanto el frío que le quema los huesos. Al cabo de poco tiempo llega a su escuela, a la cual entra trepando la barda que yace en la parte trasera del complejo, ya que no puede entrar por la puerta principal debido a que se fugo con su amigo para vía de que éste pudiese ver a la niña que vive en sus diarios pensamientos. La gran parte de los alumnos yacen dentro de sus salones, tomando clases, es así que es fácil para Octavio caminar por entre los pasillos sin ser visto, hasta que llega a su respectivo salón. La clase ha comenzado. Octavio no puede evitar sentirse nervioso, sin embargo debe entrar, es así que, quedamente, toca a la puerta y espera.
—¡Pero mira nada más que sorpresa!—dice el malhumorado maestro al abrirle la puerta.
—Estaba en el baño...—fingiendo estar avergonzado, Octavio habla.
—Quiero que vayas con el director y le digas lo que me estás diciendo a mí, ¿entendiste?
—Maestro, por favor... Déjeme entrar.—le suplica.
—No, tus compañeros ya me dijeron donde es que estabas...—cruza los brazos.—Así que no tiene caso que mientas, Octavio, si asi vas a seguir jamás vas a salir de donde vives.—cierra la puerta con estrépito.
Octavio agacha el rostro con pesar, ya que lo que le ha dicho el maestro le ha dolido un poco. Suspira hondamente, mientras se introduce las manos a los bolsillos de su pantalón y camina dirigiendose a la dirección, donde un comprensivo y compasivo señor le espera.
—¿Qué ha pasado ahora Octavio?—le cuestiona intrigado, mientras le hace pasar a su oficina.
—El maestro me hecho de su clase solo porque... Me eche la pinta.—se sonroja.
—¿Sólo por eso?—suspira con resignación, mientras lo mira con fijeza.—¿Y lo habrá hecho con razón o no?
—Pues, supongo que con razón.—se sonroja aún más.
—¿Fue Pablo no es así?
—Está enamorado, el pobre siempre está pensando en ella...—ligeramente afligido mira a los ojos al director.—¿Usted nunca sintió algo así?
—Pues, creo que sí... Aunque no lo creas yo también fuí joven y pase por lo que ustedes están pasando ahora... Lo peor de todo es que, después te arrepientes de las cosas que hiciste en la juventud.
—Sí, tal véz...—piensa por un largo rato.—¿Cuál será mi castigo?
—Octavio...—se pone de pie.—Veo tu situación y me doy cuenta de que es dificil... Tu familia no tiene suficiente dinero, tus papas ya son grandes y no pueden trabajar y eso te deja como el único responsable. Yo te quiero ayudar, pero debes ayudarte también...—lo mira con gran empatia.—Si vamos a seguir con esto, ni yo podré ni tu podrás seguir en está escuela, ¿en verdad quieres superarte?
—Sí...—agacha el rostro con gran pena, mientras los ojos se le colman de llanto.—Quisiera darle todo a mis padres, pero... El trabajo que realizo no me da para tanto... A veces me desespero.
—¿Y el trabajo de guitarrista?—lo mira conmovido.
—Pues, apenas acabamos de empezar con eso... ya varias iglesias nos han llamado para que cantemos y toquemos, pero...
—Pues déjame decirte que cantan muy bien... Deberían cobrar un poquito más, eso te ayudaría mucho.
—Mañana iremos a una de las iglesias... En la tarde debo ir a ayudarle al maestro albañil que me contrató.—se seca el llanto.
—Que bien.
—Como ve, es muy poco el tiempo que me queda para estudiar.—traga saliva con dificultad.
—¿Tienes dinero para esta noche?
—Solo cien pesos... Para justo lo necesario.
—Sabes que yo estoy aquí... Tienes mi apoyo incondicional...—lo mira con aprecio.—Si necesitas algo, hazmelo saber.
—Gracias...—indeciso.—¿Me dará un castigo?
—Claro que no, necesitas estudiar, ya que sólo así podrás tener una carrera.
—Muchas gracias, director... Le prometo que no volverá a suceder esto.—con brillo en sus ojos.
—Debes de cubrirte más, eso que traes es muy poco para el frío que está haciendo... Te podrías enfermar.
—Todo esto es lo que tengo.—encoje los hombros, mientras frunce los labios.
—Mira...—toma del perchero que yace a un costado de la entrada una gabardina.—Toma esto, no la necesito.
—No puedo tomarlo... Gracias por preocuparse por mí, pero esto es demasiado.—agacha la mirada con pena.
—Mira, está haciendo mucho frío, está hasta nevando... No puedo permitirme dejarte ir así... Tómalo, anda.
—No se que decirle...—toma la gabardina con resignación.—Ya se lo pagaré.
     Octavio sale de la oficina del director, ante la preocupada mirada de éste.

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