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Mientras el amor sea eterno V...

    
     Esta por caer la noche en Ciudad Nevada.  El sol ha comenzado a ocultarse, dando la oportunidad a las brillantes estrellas de hacer su aparición en compañía de la plateada luna. Ya han pasado varios días de trabajo en la iglesia para Octavio y sus amigos; le han puesto tanto empeño al canto que han llamado la atención de los feligreses, quienes en su mayoría son mujeres que abarrotan las filas del templo cada que saben de la presencia de los jóvenes músicos. 
     Octavio y sus amigos yacen afinando sus guitarras así como su voces, entretanto mujeres de todas las edades, vestidas de negro y blanco, se acomodan en sus respectivos lugares para apreciar la ceremonia que esta por empezar.  Octavio no puede evitar sorprenderse al ver a todas aquellas féminas colmadas de una devoción difícil de entender; algunas parecen estar sumidas en pensamientos preocupantes, mientras otras sólo miran a su rededor como si fuese su primera vez visitando ese lugar. Tales expresiones provocan en Octavio un profundo suspiro de curiosidad hasta que sus ojos se posan en una jovencita de piel majestuosamente apiñonada, vestida completamente de blanco y acompañada de dos mujeres más; una de edad madura y otra un poco mayor a ella. Ellas yacen entrando a la iglesia con suma lentitud, entretanto buscan en que fila sentarse. La hermosa jovencita de cabellos castaños parece haber encontrado un lugar en donde tomar asiento frente al altar, es así que les dice a sus compañeras lo que ha visto para así disponerse a caminar hacia tal fila. Al llegar a la banca de madera, posan suavemente las rodillas sobre el blando cojín que las precede, mientras se llevan la mano derecha al rostro para persignarse. 
     Pasmado, Octavio, mira a la bella jovencita que parece haberle hipnotizado con su frugal inocencia. "Dios, es hermosa sin duda..."; piensa, entretanto dibuja una sutil sonrisa en su faz. Sin embargo, sus ilusorios pensamientos son interrumpidos por uno de sus compañeros quien le llama con insistencia, ya que la ceremonia va a comenzar y necesitan de su voz para darle inicio, es así que carraspea tratando de desvanecer el leve aturdimiento en el que estaba sumergido. Toma un profundo suspiro, cierra los ojos levemente, asiente y se concentra en lo que debe hacer que es tocar la guitarra, mientras de sus labios brota la mas bella voz que se haya escuchado jamás. 
     Los acordes de las guitarras de sus compañeros se le unen así como sus quedas voces, entonando los estribillos del coro. 
     La majestuosidad del sonido vibrando en cada una de las paredes de esa bella construcción, provoca en cada uno de los poros de la piel de la gente que yace dentro de ese lugar, un sentimiento de regocijo y emoción que es difícil de explicar, ya que pareciese que todo lo que les rodea  se colma de fastuosos colores al roce de esas voces que cantan con suma pasión tales letras a un Dios del que se piensan ajenos.  Entre toda esa muchedumbre, la blancura de la joven Vianney sobresale, así como el latido de su corazón, ya que no ha podido evitar sentirse atraída ante la profunda belleza de la voz del joven Octavio, quien ha cerrado los ojos, entregándose al sentimiento de su apasionada y melódica oración.  Vianney no puede más que observarlo con anhelante inocencia, mientras se coloca con fuerza el dorado rosario que lleva entre las manos en su cálido pecho, deseando con ello que el tiempo se detenga para deleitarse por siempre de esa dulce voz, mas el tiempo sigue su curso y, con él, el final de dicha ceremonia. 
     Los feligreses dan sus últimas reverencias, entretanto comienzan a salir del sagrado recinto, quedando solamente en éste tres mujeres; Vianney, su hermana Chanel y su madre Janeth, y quienes se han hincado para ofrecer un último rezo.  Mientras tanto, Octavio y sus amigos guardan sus guitarras en sus respectivos estuches y esperan a recibir su pago del día; conversan un poco entre ellos, entretanto miran hacia las tres mujeres con ligero desconcierto. 
—¡Todavía rezan más de lo que ya han rezado! ¡Es increíble!—dice Mauricio con gran extrañeza.
—Oye, déjalas...—le contesta Pablo, mientras las mira con fijeza y ríe con ligera burla.—Han de ser muy pecadoras.
—Lo que deberían de hacer es callarse... ¿Qué no ven que nos pueden oír?—Les dice Octavio con ligera molestia.
—Uy, uy uy... ¡Ya cásate!—Se queja Marcos, mientras lo mira con intriga.
     Las mujeres se ponen de pie, disponiéndose a salir de la iglesia. Sin embargo, hay algo que hace lento el andar de  Vianney hacia la puerta de salida, y esto ha sido la tímida mirada del joven Octavio, quien ante los disgustantes comentarios de sus amigos se ha colmado de una extraña inquietud, la cual le ha hecho clavar de nueva cuenta la mirada en la hermosa joven de castaños cabellos y tristes ojos. 
     El cruce de miradas es inevitable.  Los profundos ojos azules de Octavio se han topado con los de la melancólica Vianney, haciendo del momento un remanso de aquietada euforia.  Octavio quiere despegar la mirada de esa abundante fuente de agitación, pero no puede; algo le hace atarse a la clemente y taciturna damisela, quien tampoco puede separarse de lo que está viendo.  Ambos se unen en silencio a través de sus inocentes miradas y ante el desconcertante enmudecimiento de sus acompañantes. Al final, Vianney es tomada del brazo por su madre, haciéndola despegarse de tan aletargado momento y provocando en Octavio el profundo deseo de seguirla. "Ve, ve con ella... Ella es tu destino."; una voz parece hablarle en el interior de su mente, pero no la escucha, es así que sólo mira salir a la joven en silencio.  Sus amigos se extrañan por su rara conducta, lo miran con preocupación, entretanto lo cuestionan con prudencia.
—Octavio, ¿qué te pasa?—le pregunta Mauricio con gran curiosidad.
—No dejabas de ver a esa chava..—sorprendido, Marcos, le sugiere.—¡No me digas que te gusto!
—¿Qué?—contesta Octavio con cierta distracción.—Oh, no... No es eso, es sólo que...
—Yo sé que es lo que pasa contigo...—le interrumpe Pablo con gran emoción.—¡Estás enamorado!
—¡No, no es eso!—Octavio se molesta.
—Si, si lo es, se te nota en esa mirada de borrego a medio morir.—Pablo le sonríe picaramente.
—¿Es eso cierto Octavio?—le pregunta Marcos con desconcierto.
—No sé, no sé...—Octavio se toma la cabeza, mientras disienta con levedad.
—¡Ay no! Otro que se nos va... ¡El mundo se está quedando sin solteros!—dice Mauricio con gran preocupación, entretanto suspira hondamente afligido.
—¡No exageres!—Octavio sonríe ligeramente.
—¿Entonces qué te pasa?—Pablo le insiste.
—No lo sé...—Octavio calla, entretanto medita.—La verdad es que jamás me había sentido tan inquieto como hoy.
—¡Eh, ese pillín!—Pablo ríe con gran camaradería, provocando en sus demás amigos seguirle el juego.
     Es así que termina la noche para Octavio, el joven que ha comenzado a sentir una inquietud en el corazón que le hace respirar con agitación e ilusión. 


    

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